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Aguilar de Campoo, un rincón lleno de historia y arte en el corazón de la Montaña Palentina, es mucho más que una villa; es un testimonio vivo de siglos de esplendor medieval. Con su título de Villa Realenga otorgado por el mismísimo Alfonso X El Sabio en 1255, Aguilar no solo es el epicentro del románico palentino, sino también un lugar donde cada piedra parece susurrar leyendas del pasado. Caminando por sus calles, el viajero se ve envuelto en una atmósfera de grandeza y solemnidad. Los más de cien escudos y blasones que adornan sus casas solariegas y palacios evocan un linaje noble que ha dejado su huella imborrable, como el marquesado de Aguilar, concedido por los Reyes Católicos en el siglo XV a los Manrique de Lara. El paseo entre estos vestigios te transporta a tiempos en los que la espada y la palabra forjaban la historia de España.
Uno de los emblemas de esta villa es, sin duda, el Monasterio de Santa María la Real, una joya monumental que, tras haber resistido el paso del tiempo y la desamortización de Mendizábal, sigue en pie como un faro de cultura y espiritualidad. Declarado Monumento Histórico-Artístico, su historia es una epopeya que comenzó en el siglo XI y que, tras siglos de transformación y saqueos —como el expolio de sus valiosos capiteles, uno de los cuales reposa hoy en la Universidad de Harvard—, encontró en la restauración de 1978 un renacer. Hoy, el monasterio no solo es un testimonio del esplendor medieval, sino también un espacio vivo, donde el saber y la cultura se entrelazan bajo la mirada atenta de la Fundación Santa María la Real. Su recuperación es una historia de perseverancia y dedicación, premiada por la mismísima Reina Sofía, quien en 1988 entregó el prestigioso Premio Europa Nostra por su impecable restauración.
Sin embargo, el esplendor de Aguilar no termina aquí. Alzándose con imponencia en el corazón del pueblo, la Colegiata de San Miguel es otro de esos monumentos que detienen el tiempo. Elevada a este rango en 1541, su origen visigodo y la fusión de estilos, desde el románico hasta el gótico, hacen de ella una parada obligada para cualquier amante del arte sacro. En sus muros resuenan siglos de historia, con los escudos de los marqueses de Aguilar vigilando desde las alturas, como si aún protegieran su legado.
Más allá del centro, sobre una colina que parece haber sido elegida por los mismos dioses, se encuentra la Ermita de Santa Cecilia. Declarada Monumento Histórico-Artístico, su torre campanario de tres cuerpos se alza como una guardiana eterna del paisaje. En su interior, los capiteles narran historias de fe y martirio, con la Degollación de los Inocentes destacando entre los más bellos ejemplos del arte románico español. Es imposible no sentir una conexión profunda con el pasado al observar este relato esculpido en piedra, una obra maestra que, con su crudeza y belleza, conmueve a quien la contempla.
En cada rincón de Aguilar de Campoo se respira historia, pero quizás ninguno tan simbólico como la Iglesia de San Andrés, un testimonio más de la grandeza románica que caracterizó a la región. Trasladada desde su ubicación original en la falda del castillo, su cabecera y portada se han mantenido como un recordatorio de un pasado monástico que ya no existe, pero que perdura en la memoria y en las piedras que han resistido los embates del tiempo. No muy lejos de aquí, el Monasterio de Santa Clara, fundado en 1430 por el noble Don Juan Fernández Manrique, sigue siendo otro de los baluartes que hablan del poder e influencia que Aguilar tuvo en épocas pasadas.
Y si bien los monumentos son la prueba tangible del esplendor de esta villa, no se puede hablar de Aguilar sin mencionar su transformación en la villa de las galletas. En los años 1960, la prosperidad industrial llevó a la villa a tener hasta cinco fábricas de galletas, de las cuales la legendaria Gullón sigue siendo un símbolo de la pujanza económica de la región. Así, Aguilar ha sabido adaptarse y prosperar, combinando su herencia medieval con una industria moderna que la mantiene viva y vibrante.
Pero, más allá de sus monumentos y de su industria, lo que hace que Aguilar de Campoo sea verdaderamente especial es el entorno natural que la rodea. Enclavada en la Montaña Palentina, su paisaje es un lienzo perfecto para quienes buscan la aventura y el contacto con la naturaleza. Desde el imponente Castillo de Aguilar, que domina el horizonte y ofrece vistas espectaculares, hasta el mirador de la Ermita de Santa Cecilia, donde el viajero puede sentir el abrazo de las montañas y el susurro del viento, cada rincón invita a la reflexión y al asombro.
Aguilar de Campoo es un lugar donde lo antiguo y lo moderno conviven en perfecta armonía, donde las piedras cuentan historias y el aire mismo parece cargado de emoción. Es un destino que no solo cautiva por su riqueza patrimonial, sino por la energía que desprende, una energía que te atrapa y te invita a descubrir cada uno de sus secretos. Aquí, cada paso que das es un viaje en el tiempo, una oportunidad para sumergirte en siglos de historia, arte y cultura, y, al mismo tiempo, una puerta abierta hacia un futuro lleno de posibilidades.
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